“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón” (Hebreos 11:24).
La madre biológica de Moisés tuvo apenas doce años para transmitirle los valores que lo protegerían, “y lo libraron de la vanagloria y la corrupción del pecado, y de caer en el orgullo en medio del esplendor y la extravagancia de la corte” (La historia de la redención, p. no). Pasó sus primeros cuarenta años con los reyes de la 18a dinastía egipcia: Tutmés I, Tutmés II y la reina Hatshepsut, su madre adoptiva e hija de Tutmés I. A pesar de todo eso, Moisés mantuvo su fe sin contaminaciones.
“Tal vez el posible temor de que [un hebreo monoteísta] tomara la corona haya llevado a los sacerdotes de Amón a conducir una revolución del templo varios años antes, colocando en el trono a un hijo ilegítimo de Tutmés II, el marido fallecido de Hatshepsut” (Diccionario bíblico adventista, p. 915). Moisés prefirió al Dios de Israel antes que el trono de Egipto.
Tutmés III, el elegido para reinar en el lugar que podría haber pertenecido a Moisés, transformó a Egipto en la nación más poderosa y civilizada de su época. Fue también un gran constructor. Y en ese período oprimió a los esclavos hebreos.
Moisés y Tutmés III eran dos líderes en el mismo palacio. Elena de White deja en claro que “Moisés llegó a ser sumamente favorecido en la corte de Faraón, y se lo honró porque manifestó una pericia y una sabiduría superiores en el arte de la guerra” (La historia de la redención, p. m). Pero las historias tomaron rumbos diferentes. Tutmés III prefirió el palacio, y Moisés huyó al desierto. Durante los siguientes cuarenta años, Tutmés III murió y Moisés fue llamado a regresar a Egipto, para cambiar “el cayado de pastor por la vara de mando” de Dios (El ministerio de curación, p. 377).
Dos dirigentes, dos elecciones. Y dos destinos. Uno luchó por el poder, el otro aceptó el llamado para el servicio. Uno eligió al pueblo de Egipto, el otro al pueblo de Dios. Uno eligió el palacio, el otro escogió el desierto. Uno eligió exaltar su propio nombre, el otro prefirió el nombre de Dios. Uno eligió oprimir, el otro escogió liberar.
Resultado: uno tiene su nombre en la historia, el otro lo tiene en la eternidad. La momia de Tutmés III fue encontrada en 1889, ya dañada, y se la puede ver en el museo de El Cairo, en Egipto. Moisés, por su parte, fue resucitado y está en el cielo.
¡Moisés hizo la mejor elección! “Hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado” (Heb. 11:24,25). Decide permanecer del lado del Señor, aunque sea necesario pagar un alto precio por eso. El tiempo y la eternidad mostrarán los resultados.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2019
NUESTRA ESPERANZA
Erton Kohler
Lecturas devocionales para Adultos 2019
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