Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo. Génesis 41:39, 40.
Martin Luther King hijo dijo una vez: “Si un hombre es llamado a ser barrendero, debería barrer las calles incluso como Miguel Ángel pintaba, o como Beethoven componía música o como Shakespeare escribía poesía. Debería barrer las calles tan bien que todos los ejércitos del cielo y la tierra puedan detenerse y decir: ‘aquí vivió un gran barrendero que hizo bien su trabajo”’.
José, el hijo de Jacob, también trabajaba así, procurando la excelencia. Cuando vivían cerca de Hebrón, al sur de Canaán, sus hermanos, mediocres, reprendidos cada día por su virtud, lo vendieron a unos traficantes de esclavos, y estos al egipcio Potifar.
Potifar observó que el joven hebreo cumplía su deber mejor que todos, lo amó como a un hijo y lo nombró su mayordomo. La mujer de Potifar también lo amó, pero con amor erótico. Él la rechazó y ella lo calumnió. José fue a dar a prisión. En la prisión, José tuvo la misma actitud. Pronto lo pusieron al frente del reclusorio.
Salió de ahí para gobernar un imperio que duró quince siglos. Y lo salvó del hambre. El faraón había soñado con siete vacas gordas que eran devoradas por siete vacas flacas. También había soñado con siete espigas gruesas devoradas por siete espigas vacías. Solo José pudo interpretarle los sueños. Dios le anunciaba que habría siete años de abundancia seguidos de siete años de escasez. José le sugirió que nombrara a un hombre sabio que administrara la abundancia y enfrentara la escasez, y el monarca lo nombró a él.
José administró bajo dos principios: la austeridad y la solidaridad. En los siete años de abundancia guardó todo lo que pudo. En los siete años de escasez compartió la riqueza. Salvó a Egipto y a los pueblos vecinos. Enriqueció al imperio y al faraón.
Si tu trabajo es limpiar un baño o barrer una cálle, esfuérzate al máximo. Dios puede estar entrenándote para gobernar un Estado o administrar una institución de su iglesia.
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