Por: Edgardo Andrade P.
En medio de un calor seco y bajo un sol que no da tregua, abanicada solo por ráfagas de viento que levantan el polvo ocre y denso del desierto de La Guajira, la población wayúu trata desesperada de conseguir lo que el cielo y las explotaciones mineras de sus tierras le han quitado: el agua.
Y no solo: los indígenas se quejan de que los proyectos minero-energéticos y las explotaciones del subsuelo, lleno de hidrocarburos y minerales, han secado y contaminado sus tierras y sus ríos, que ya no dan para más.
Son las mujeres las encargadas de ir a buscar agua cuando no están atendiendo a los niños o tejiendo sus famosas mochilas. Lo hacen por los distintos pozos artesanales y jagüeys desperdigados por esta zona; a veces van a pie y otras en burro, cargadas con los cántaros con los que, con suerte, logran recoger un agua amarillenta y fangosa.
Cuando lo que encuentran es un trozo de tierra agrietada, toca seguir el camino hasta dar con el preciado líquido. A veces lo consiguen, otras muchas no.
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